¿Sabemos escuchar?

4 de Julio de 2014 a las 00:00

 

Actualmente la falta de tiempo, las prisas y todas las cosas que nos ocupan en nuestro día a día, nos llevan a estar poco predispuestos a dar un lugar a los demás e interesarnos por sus cosas. También es verdad que dependiendo del tipo de relación que tengamos con una persona estaremos más o menos dispuestos a escucharla. Pero el abordaje que haremos de este tema va más allá del tipo de relación que tengamos con quien nos habla y de la cortesía que se nos supone, y más relacionado con la dificultad que tenemos para escuchar y cómo nos sentimos haciéndolo.

 

Hagámonos algunas preguntas:

 

Cuando alguien nos cuenta algo, ¿lo escuchamos realmente, o sólo lo oímos?

¿Ponemos atención y estamos receptivos respecto a lo que nos está diciendo?

¿Cuánto tiempo cronológico le dedicamos y cuánto tiempo emocional?

¿Desde donde escuchamos, desde el corazón o desde la razón?

¿Nos cuesta quedarnos con lo que nos está contando una persona más allá de lo descriptivo?

¿Nuestra escucha es puramente informativa y superficial como si fuera un trámite para ponernos al día, o nos interesa lo que se nos dice?

¿Aprendemos de lo que nos dicen los demás, o nos es indiferente lo que nos puedan contar?

¿Cómo nos hace sentir escuchar bastante rato a alguien?

Cuando escuchamos, ¿ se despiertan nuestras emociones o nos quedamos impertérritos?

Si se nos despiertan emociones que no nos gustan, ¿somos conscientes de ello? ¿Solemos rehuir la conversación o acortarla cuando nos incomoda por lo que estamos sintiendo?

 

¿QUE IMPLICA SABER ESCUCHAR?

 

Seguramente a veces nos habremos dado cuenta de que mientras nos están hablando, no estamos mentalmente presentes, porque pensamos en otras cosas, fijándonos en lo que tenemos alrededor, o repasando la agenda del día. Tenemos la cabeza ocupada en mil historias, pero no en lo que dice quien nos está hablando.

Escuchar implica justo lo contrario, olvidarnos momentáneamente de nosotros mismos y ocuparnos en los pensamientos y sentimientos de otro e interesarnos por sus cosas.

Saber escuchar requiere de la capacidad de ser receptivo.

Ser receptivo a los demás implica como condición indispensable saberse escuchar primero a uno mismo, poder conectar con nuestro mundo interno, identificar nuestras emociones, y acogerlas sean cuales sean: miedos, pena, rabia, alegría, angustia, y sobre todo, nuestros aspectos más vulnerables. Sólo podemos escuchar atentamente a los demás, cuando nos podemos hacer responsables de nuestras propias debilidades y de nuestros límites, y escucharlos de la misma manera que nuestras cualidades y  nuestros recursos.

Una escucha atenta y reflexiva de la persona que nos habla requiere saber ponernos en el lugar del otro, o intentarlo para poder comprender qué es lo que nos está diciendo. Cuando alguien nos está contando algo, no sólo nos informa, sino que sobre todo, nos está intentando transmitir lo que representa emocionalmente para él lo que nos dice.

La escucha es un arte, y también lo es la comunicación. Más allá de las palabras y de su aspecto informativo y descriptivo, lo que realmente es importante en la comunicación es el vínculo que establecemos con el otro, un vínculo tejido de cercanías y distancias que están en función de la frontera, del límite marcado por ambas partes respecto al grado de intimidad de la comunicación que establecemos.

A veces escuchamos a los demás como si estuviéramos haciendo un análisis de contenido de su discurso, sin fijarnos en su expresión facial, el tono de su voz o la emotividad que desprenden sus palabras y, por tanto, desde este registro es muy difícil que entendamos lo que representa para la persona que nos habla lo que nos dice.

Cuanto más sabemos escucharnos a nosotros mismos, más podemos escuchar a los demás y ponernos en su lugar. Cuanto más nos conocemos, más podemos comprender qué les pasa y cómo se sienten los demás.

 

QUE SIGNIFICA PONERNOS EN EL LUGAR DEL OTRO

 

Significa intentar instalarse en la piel de quien habla, y a través de sus palabras y de lo que nos transmiten, aproximarnos a él internamente desde las emociones, intentar pensar cómo el otro piensa y sentirse cómo el otro se siente para poder establecer un vínculo de confianza, de comprensión, de complicidad y de empatía. En definitiva, interesarnos por el otro en la misma medida que nos gustaría que se interesaran por nosotros.Hacer todo esto nos resultará más o menos fácil en función del grado de conexión emocional que tengamos con nosotros mismos y de cómo sean nuestros diálogos internos con nuestro "otro yo".A veces no nos es posible, o sólo lo podemos hacer en un grado muy bajo. ¿Nos hemos preguntado por qué?

A veces nuestra actitud de escucha está condicionada por lo que nos hace sentir quien nos habla, aunque apenas somos conscientes de este hecho. Según el sentimiento o emoción que nos genere lo que estamos escuchando, nuestra actitud de escucha será de un tipo o de otro.

POR QUE NOS CUESTA ESCUCHAR

Cuando escuchamos a alguien y lo que nos cuenta nos divierte y nos conecta con emociones agradables como la alegría y el buen humor, generalmente nos es fácil darnos tiempo para escuchar; pero cuando las emociones asociadas al discurso del otro, por la razón que sea, nos cuesta tolerarlas, ya no lo es tanto. A veces lo que nos comunican refleja en nosotros sensaciones que rechazamos. Las penas, la tristeza, las preocupaciones y los conflictos que los demás nos confían, van asociadas a emociones nuestras que nos hacen sentir incómodos porque consciente o inconscientemente nos conectan con cosas desagradables que nos han pasado o nos podrían pasar, y la sensación que tenemos en ese momento nos aleja de la escucha. Las personas tenemos muchas maneras de alejarnos de lo que nos desagrada o de lo que nos cuesta tolerar.

Hay todo un abanico de conductas de evitación que nos llevan a una escucha superficial por miedo a enfrentarnos con recuerdos desagradables, con el miedo de que nos sucedan desgracias como las que quizás nos están contando, porque tal vez nos comparamos con alguien a quien le van mejor las cosas que a nosotros, porque la persona que habla nos inspira rechazo,  o porque van ligadas a aspectos de nuestra autoestima que no nos gustan y no tenemos identificados.

Esta actitud que hemos descrito y que nos impide escuchar interesándonos sinceramente por el otro y darle un valor a lo que nos cuenta, son mecanismos de defensas psicológicos que responden a la dificultad de establecer un diálogo interno con nosotros mismos y  está más relacionado a si le damos más valor al contenido manifiesto de lo que nos dicen o si se lo damos a la persona que habla, más allá de su discurso.

UNAS CUANTAS PREGUNTAS

¿Qué nos gusta más, hablar o escuchar? ¿Por qué?

¿Nos gusta que nos escuchen? ¿Es importante para nosotros sentirnos escuchados?

¿Cómo nos sentimos cuando somos escuchados con verdadera atención? ¿Y cuando no es así?

¿Nos han enseñado el valor de la escucha, o sólo nos han enseñado cortesía?

Si volvemos a leer el artículo después de responder a estas preguntas, es posible que nos aporte otra perspectiva de este tema o alguna idea nueva en relación a la dificultad que tenemos ante el hecho de escuchar.

 

COMO PODEMOS APRENDER A ESCUCHAR

En primer lugar deberíamos responder a las preguntas del inicio de este artículo que nos mostrarán nuestro grado de receptividad respecto a nosotros mismos y respecto a los demás, qué emociones nos despierta la escucha, y si solemos evitar el tema o finalizar la conversación cuando nos incomoda.

Si respondemos a las cuatro últimas preguntas nos daremos cuenta de nuestras necesidades en relación a sentirnos escuchados y podremos comparar estas respuestas con las de la primera lista; esto nos mostrará qué necesitamos nosotros y también que pueden necesitar los demás.

A partir de aquí y según lo que deduzcamos de nuestras respuestas, podremos aprender a identificar aspectos de nosotros mismos a los que quizás antes no habíamos prestado atención. La interpretación que hacemos nos servirá para ver hasta qué punto evitamos o no, acercarnos emocionalmente a los demás.

 

VARIAS IDEAS PARA APRENDER A ESCUCHAR

 

No hablar nosotros todo el tiempo. No somos más importantes que los demás.

Respetar los silencios de la otra persona y darle tiempo para contestar a su ritmo. No llenarlos con nuestras palabras.

Intentar implicarnos en lo que se nos está diciendo y tratar de entenderlo aunque su discurso no sea claro. A veces las emociones bloquean aspectos del pensamiento que se traducen en un discurso que parece poco coherente. Respetemos las emociones de los demás.

No queramos completar con nuestras palabras lo que el otro nos está diciendo con intención de ayudar, porque tapamos lo que nos quiere decir y cómo nos lo quiere decir. Lo podemos hacer para ayudar, en las ocasiones en las que captemos que se nos agradecerá. No queramos dar lecciones.

Respetemos las opiniones diferentes de las nuestras y no cortemos el discurso porque es menos coherente que el propio. Existen personas muy sabias que no tienen el don de la palabra, y otras que argumentan muy bien pero parten de premisas falsas y sacan conclusiones inverosímiles. Escuchemos hasta el final, quizá tengamos la suerte de estar  frente a una persona sabia que le cuesta argumentar, podemos aprender de ella.

Intentemos observar como nos hace sentir lo que el otro nos cuenta y traduzcámoslo en una emoción, aprenderemos de nosotros mismos.