La agresividad, la otra cara del miedo

23 de Mayo de 2014 a las 21:46

 

 

 

¿Qué entendemos por agresividad?

Todos sabemos más o menos en qué consiste, pero la verdad es que hay muchas teorías que hablan desde diferentes puntos de vista que son complementarios.

Básicamente se considera que la agresividad es un aspecto innato de la conducta humana que en grado moderado nos ayuda a sobrevivir, pero que cuando se desproporciona es destructiva o autodestructiva.

Las conductas agresivas se producen por factores internos relacionados con aspectos genéticos, congénitos o constitucionales, y por factores externos vinculados a la influencia del entorno.

En general todas las teorías relacionadas con la agresividad contemplan las dos vertientes como parte de la explicación de las causas: la influencia de factores biológicos y del entorno, que combinados de forma diferente e individual para cada persona se expresan a través de su personalidad.

Teniendo en cuenta que los factores internos ya están desde que nacemos y forman una parte de nuestra personalidad de base, me centraré en explicar cómo influyen los factores externos: el entorno y el medio, sobre estos factores internos y algunos aspectos que van configurando los rasgos de una personalidad agresiva.

 
Por tanto, más allá de estos rasgos innatos:

¿Habéis pensado por qué es agresiva una persona?

¿Qué hay en su entorno que la haya predispuesto a serlo?

¿Cómo creéis que se siente una persona con rasgos agresivos?

¿Os dan miedo estas personas?

¿Os encontráis a menudo en situaciones en las que os sentís agredidos?

¿Pensáis que las personas agresivas son vulnerables?


FACTORES QUE PREDISPONEN A LA AGRESIVIDAD

 

Hay varios factores que propician este tipo de conductas.


Nos situaremos en el entorno de un niño para explicar más fácilmente la evolución de la conducta agresiva.
 

LA FRUSTRACIÓN
 

El niño pequeño, por el hecho de serlo, es dependiente de los padres o cuidadores. Todo lo que obtiene cuando es pequeño proviene de lo que los adultos le ofrecen, pero poco a poco deberá aprender a conquistarlo solo hasta hacerse adulto.

A veces los padres no le dan lo que quiere porque no es bueno para él o porque no pueden, y entonces el niño se frustra y se enoja con ellos. Los padres lo son "todo" para el niño, y todo depende de ellos. Para crecer como persona independiente, el niño tendrá que ir entendiendo que no siempre puede tener lo que quiere, y que no todo depende de sus padres, ya que ellos también tienen sus límites y que aparte de eso a veces no considerarán oportuno darle todo lo que pide para educarlo con la idea de que tenga recursos propios ante la vida. Por ello tendrá que aprender a esperar, a no tener siempre lo que quiere, y por tanto, a tolerar la frustración.

Cuando los padres saben que es muy importante para que un niño madure que aprenda a tolerar la frustración y a gestionarla, y los patrones de educativos que le ofrecen tienen en cuenta ese aspecto, es muy probable que los niños crezcan interiorizando cada vez más sus recursos y sacando provecho de ellos, lo que les predispondrá a una evolución positiva de su madurez emocional y sabrán defenderse ante la vida.

Pero cuando no es así y los padres no ponen límites, el niño tolerará mal su frustración y no confiará en sus recursos porque no habrá aprendido a tenerlos, ya que todo le ha sido dado. Entonces se sentirá vulnerable e impotente, y esto despertará su agresividad que explotará convertida en rabia porque sin esos recursos que no ha podido desarrollar y que no le han enseñado, dependerá totalmente de sus padres a los que dirigirá toda su hostilidad. En este contexto y según sus esquemas, el niño cree que los padres tienen obligación de satisfacerlo, ya que siempre ha sido así.

La tolerancia a la frustración es uno de los factores primordiales a trabajar con los niños para prevenir la agresividad.

 

FALTA DE LÍMITES

 

Cuando los padres o educadores no ponen límites y por los motivos que sean sobreprotegen a los niños, los pequeños crecen pensando que " todo el monte se orégano ", que todo vale y que además tienen derecho a tener lo que quieren sin habérselo ganado; también piensan que los demás se lo tienen que dar hecho, ya que éste es el modelo educativo que han recibido. Evidentemente, a medida que crecen, la vida se impone con sus exigencias y frustraciones para las que no están preparados y comienzan a recibir tortazos que creen injustos porque no han aprendido a tolerar las decepciones y a gestionarlas y esto los hace vulnerables.

Cuando además de no poner límites, los padres exigen a los niños cosas para las que no están preparados porque lo han tenido siempre fácil, se produce una combinación explosiva de despropósitos que enciende la chispa que puede provocar una crisis agresiva.

Saber poner límites es uno de los factores que propicia la autoconfianza en los niños y ello les proporciona seguridad.


AUTORITARISMO

 

 

Si los modelos educativos que reciben los niños son muy autoritarios y los padres muestran actitudes agresivas verbales o físicas, el miedo que ello genera en las criaturas bloquea a veces su capacidad de reacción y adaptación a este entorno porque se sienten indefensos ante situaciones de las que son víctimas. Esta indefensión infantil va tejiendo una sensación de rabia legítima que no puede ser expresada porque tienen las de perder, y esta rabia va creciendo hasta que al llegar a la pubertad o a la adolescencia explota en forma de agresividad manifiesta. Esta emoción reprimida durante largo tiempo junto con el modelo de conducta agresiva de los padres conformará esta predisposición a la agresividad

La actitud de tolerancia y el respeto en la labor educativa, lejos de modelos autoritarios e impositivos, favorece la seguridad en los niños y les da un lugar para ser escuchados y comprendidos.

CONFIGURACIÓN DE LA PERSONALIDAD AGRESIVA


Así, poco a poco, se va configurando una personalidad que carente de límites, y sin poder tolerar la frustración, se va sintiendo cada vez más vulnerable y con más dificultad para gestionar los cambios, ya que privada de los recursos que no ha podido construir de pequeño para protegerse y para luchar ante la vida, queda confuso, y dominado cada vez más por un sentimiento de miedo que no puede aceptar como propio porque entraría en pánico. Ante el sufrimiento y la desconfianza que le genera su falta de recursos, necesitará herramientas para defenderse de situaciones y personas que supuestamente podrían hacerle daño, y al no tener facilidad para pactar, consensuar o negociar situaciones de conflicto, situará su actitud en una posición extrema, en blanco o en negro, donde no hay cabida para los matices, ni siquiera para tolerar un cierto grado de incertidumbre. Las posiciones intermedias próximas al pacto y a la negociación hacen sentir inseguras y angustiadas a estas personas, que necesitan una certeza y una seguridad que no se les ha dado de niños, y que ahora, sin saber cómo hacerlo intentarán obtener imponiendo su criterio, su razón o su poder sobre los demás, con agresividad y con actitudes de dominación.

El sentimiento de fracaso y la inseguridad provoca un alto grado de sufrimiento en estas personas, que dan por supuesto, más allá de la lógica, que los demás tienen una vida mejor que la de ellos, y que también ellos tienen derecho a tenerla. Esta creencia despierta un sentimiento de envidia, que se expresa a través de las cosas materiales que tienen los demás, bienes, ganancias, pareja, salud, trabajo, etc. Pero en realidad esta envidia sólo está relacionada con ello en la medida en que creen que estas cosas proporcionan a los demás una vida mejor. Por lo tanto, no son las cosas lo que envidian, sino lo que representan para ellos. La envidia no es nunca el deseo de tener exactamente lo que tiene otro, sino la certeza de que lo que tiene el otro lo hace feliz. Lo que realmente se envidia es una supuesta felicidad, basada ingenuamente en las cosas de tipo material, y lo que la genera no es el hecho de que los demás la tengan, sino una supuesta certeza de que ellos no la podrán conquistar.

 

A veces sentirse vulnerable da mucho miedo y crea mucha inseguridad.

 

Las personas tenemos mecanismos psicológicos que funcionan como "puntos ciegos" que no nos permiten darnos cuenta de lo que no aceptamos de nosotros mismos. Quien tiene mucho miedo, a veces no se da cuenta de tenerlo, porque si fuera consciente de ello se sentiría muy frágil, y la percepción de esta fragilidad lo aterrorizaría.

Una manera de expulsarse el propio miedo es hacerse el duro o pensar que lo eres. De esta manera consigues dos cosas: asustar a los demás mostrándote agresivo y supuestamente "fuerte", al tiempo creértelo, y así también asustas a tu propio miedo para no sentirte vulnerable.

Hay que tener en cuenta que las cosas a las que reacciona más desproporcionadamente una persona agresiva son las alusiones a su falta de valor, seguridad, capacidades, habilidades, al rechazo, a sentirse abandonada, a la exclusión, al desprecio, a que los demás pongan en duda o supongan que no son suficientemente ......... cualquier cualidad que para ellos tenga importancia y que alimente su autoimagen de cómo les gustaría ser y no son. Y reaccionan agresivamente para neutralizar su vulnerabilidad que perciben como debilidad.

 

Habíais pensado que muchas personas con rasgos agresivos sufren porque tienen mucho miedo?

Detrás de una persona con rasgos agresivos hay una persona asustada con problemas importantes de autoestima que necesita que le ayuden. Si conocéis a alguna persona con estas características que sea amiga vuestra y a la que apreciéis, podéis buscar un momento adecuado e intentar sugerirle que tal vez necesita ayuda. Al principio, si no es consciente de su problema, será muy difícil que acepte la sugerencia porque aunque se lo comentéis con mucho afecto se sentirá herido, ya que la habréis puesto delante de un espejo donde verá sus inseguridades, pero con un poco de tiempo es posible que tome conciencia de ello.

Una persona con rasgos agresivos es una persona asustada que tiene miedo de darse cuenta de su vulnerabilidad e intenta no percibirla asustando a los demás y tratando de convencerse a sí misma que es fuerte y valiente.